domingo, 5 de mayo de 2013

Un Mundo Bajo La Alcantarilla



La noche comenzaba hacerse ya con la ciudad y una suave y fría brisa se apoderaba poco a poco de la pálida piel de la joven Nasia. 

Caminaba tranquila, con su largo pelo negro como el carbón moviéndose al antojo del viento. Sus piernas se movían con firmeza mientras la brisa se deslizaba por ellas haciéndole sufrir algún que otro escalofrío y sus pequeños ojos verdes miraban fijamente al frente. 

Comenzaba a frotar sus manos contra sus desnudos brazos, la poca ropa que llevaba hacía que empezase a tener algo de frío, lo que hizo que acelerase notablemente el paso para llegar cuanto antes a su casa. Caminaba y caminaba atravesando con firmeza cada una de las calles de aquella enorme y urbanizada ciudad llena de altos edificios y de coches. Aunque miraba al frente fijamente, observaba cada detalle de la ciudad. Observaba con atención las farolas iluminando el asfalto, los coches aparcados en la noche, la oscuridad en las ventanas de los edificios, la soledad en la calle… Lo observaba todo, menos una cosa, el suelo. Nasia no observaba lo que bajo sus pies se encontraba y no se dio cuenta de la alcantarilla que tenía ante ella. No se dio cuenta de que aquella alcantarilla no tenía tapa y que iba directamente hacia ella. Siguió caminando. Continuó llevando aquellas botas militares de color negro hacia aquel agujero en la acera. 

Calló. Calló en aquel agujero tan deprisa que apenas tuvo tiempo a gritar. El golpe contra el suelo la dejó inconsciente durante un par de segundos. Al despertar se tocó la cabeza y vio su mano. Había sangre. Se sentó en el suelo y observó sus brazos y sus piernas. Estaba llena de magulladuras. Sus cortos pantalones negros estaban llenos de polvo y su camiseta verde estaba manchada de polvo y de la sangre que caía de su cabeza. Nasia se levantó con dificultad del suelo, tambaleándose. Miró a su alrededor, pero sus ojos verdes apenas veían entre aquella oscuridad. Con la mano derecha se frotó los ojos y limpió algunas de aquellas gotas de sangre que le estaban nublando la vista. Cerró los ojos fuertemente durante un instante y cuando los volvió abrir vio algo que antes no había podido ver. Una tenue luz. Una luz con muy poca intensidad, pero una luz. 

Caminó dudosa. En algunos momentos incluso retrocedió. Pero no tenía más opciones allí abajo, tan sólo una. Ir hacia aquella extraña luz. Nasia pensaba que quizás fuese una farola iluminando otra alcantarilla sin tapa, pero la luz se iba alejando cada vez que ella se iba acercando, aunque estaba tan aturdida por el golpe que casi no se daba cuenta. Continuó caminando siguiendo aquella luz durante, lo que a ella le parecieron, horas. Se desmayó.


Poco a poco sus párpados se fueron abriendo. Le costaba. Aquella luz le molestaba y estaba aturdida. Abrió al fin los ojos por completo. Ante ella, muy cerca, tenía a una extraña criatura. Intentó moverse, pero se dio cuenta en el intento de que estaba atada a una especie de camilla. Nasia no se esforzó en huir, sabía que sería peor, tan sólo observó. Aquella criatura parecía inofensiva y se acercaba a ella sin miedo, con un trapo en la mano. El brazo escamoso del ser se aproximó a la cara de la chica y suavemente limpió con el trapo la frente de ésta. Le estaba curando las heridas, lo que hizo que Nasia se sintiese relajada y sin temor ninguno. Observó con atención a la criatura. Tenía los brazos llenos de escamas marrón oscuro, pero su cara y su piernas no era igual. Su rostro y sus piernas no parecían escamas, más bien parecían ser como la corteza de los árboles. Sus ojos eran muy redondos y grandes, blancos con un enorme círculo negro en el medio, parecía que en ellos tan sólo había pupila. En sus manos tan sólo había tres dedos muy largos y delgados. La criatura vestía un extraño traje de color azul, parecía tener la forma de un saco al que se le había hecho algunos retoques para poder utilizar como ropa.  

Aquel ser se alejó un momento de ella y se aproximó a un caldero que tenía situado en una mesa al final de aquel lugar, lo que parecía una habitación de hospital. Sus escamosos brazos inundaron el trapo en el agua que había en aquel caldero. Estaba limpiando la sangre. Volvió a junto de Nasia, con el trapo completamente empapado y continuó limpiándole la cara.

Cuando la criatura acabó de curar las heridas de la cara de la joven, continuó con el resto de heridas que había en su cuerpo, todas ellas producidas por la caída. Cuando acabó, desató a Nasia de aquella camilla y regresó a la mesa donde tenía el caldero. Nasia se quedó inmóvil durante un instante, tumbada, a pesar de que sabía que ya estaba suelta. Era libre. Pero no sabía qué hacer. 

Se irguió lentamente. Con sumo cuidado. No quería alterar a aquel ser. Permaneció sentada durante unos minutos al borde de la camilla. Sus piernas a penas colgaban de ella, casi alcanzaban el suelo sus pies. Apoyó sus manos en aquella extraña tela áspera y amarilla que cubría la camilla y observó. El cuarto era muy parecido al de un hospital. Estaba aquella especie de camilla sobre la que ella se encontraba. Estaba la mesa donde el ser tenía su caldero con agua sobre la cual también había utensilios muy similares a los que Nasia estaba acostumbrada a ver en las consultas médicas.  

- Poder irte, tú, mujer. –  

Nasia giró rápidamente su cabeza en dirección a donde se encontraba el extraño ser. Acababa de hablar. Habló algo parecido al idioma humano. Estaba asombrada, anonadada y boquiabierta.

- Poder irte, tú, mujer – repitió una vez más la criatura. 

Se levantó de la camilla con un suave salto. Caminó con pasos muy cortos hacia la criatura. Se arrodilló ante ella, debido a que aquel ser debía de medir un metro cuarenta, según los cálculos de Nasia. 

- ¿Hablas mi idioma? – 

El ser asintió con un suave movimiento de cabeza. 


... Continuará ...

domingo, 31 de marzo de 2013

Reina De Las Hadas



Reina de las hadas

Hadas oscuras

Que vagan cada noche

Bajo la luz de la luna

Con los destellos de sus alas

En busca de otras hadas



Reina de las hadas

Que maneja a su antojo a todas

Para lograr todo lo que quiere

De las demás reinas de las hadas

Reina oscura y siniestra

Que nunca se cansará de hacer el mal



Reina de las hadas

Cuyo único propósito es

Sembrar el caos en los reinos cercanos

Maltratar al bosque y sus seres animados

Reina que quiere cometer crímenes

Hasta hacerse la dueña de todo



Reina de las hadas

Tétrica, oscura, malvada

Con una mente descabellada

Sólo sale cuando el bosque está a oscuras

Para hacer retorcerse a las almas

Que en su interior habitan

viernes, 1 de febrero de 2013

Postura Sexual


Gael estaba entre las piernas de Lea. Su lengua se deslizaba por el sexo femenino de la joven que se encontraba desnuda sobre la cama. Lea no dejaba de gemir mientras su vagina empezaba a llenarse de líquido vaginal que se comenzaba a deslizar por la boca de Gael. Cuando la boca de la joven estaba completamente inundada del líquido que salía de la vagina de Lea, éste se levantó, cogió a la joven y la tumbó boca abajo en la cama. Gael comenzó a lamerle la espalda. La agarró con las dos manos por la cintura e hizo que Lea se pusiese a cuatro patas sobre aquellas sábanas de color verde. Se puso de rodillas tras ella. Agarró con su mano derecha su pene y lo introdujo muy lentamente dentro de la vagina de Lea. Gael comenzó a moverse hacia adelante y hacia atrás provocando un intenso placer en su cuerpo y en el cuerpo e Lea. La agarró por la cintura mientras continuaba haciéndole el amor y mientras ella no dejaba de gemir y jadear. Poco a poco Gael fue empujando a la chica hacia abajo con sus manos, hasta hacer que ésta estuviese completamente tumbada boca abajo en la cama. Siguió haciéndole el amor, pero cada vez de un modo más intenso. El placer que Gael sentía era inmenso. La postura en la que estaba hacía que la vagina de su amante apretase su pene de un modo que le resultaba muy placentero.

En ese momento, Gael comenzó a preguntarse cómo había llegado hasta esa situación. Lea a penas solía ni mirarlo o eso creía él, pero aquel día algo cambió en la rutina a la que estaban habituados. Los dos jóvenes trabajaban juntos en una oficina, eran dos de los contables de una gran empresa. Gael y Lea compartían despacho, pero también lo compartían con otro hombre que hacía que Lea ignorase por completo la existencia de Gael. El otro chico, llamaba toda su atención y ella siempre estaba tonteando con él. Pero aquella mañana, ese muchacho no fue a la oficina. ¿Casualidad? Pensó Gael. Su compañero nunca faltaba al trabajo y justo esa mañana, él había decidido tirar la toalla con Lea. Pero el que su compañero no estuviese ese día en la oficina, hizo que Gael no abandonase. Lea parecía que sí conocía su existencia. Ese día estaba especialmente atenta con él y no dejaba de insinuarse enseñándole todo el rato su pecho. 

El joven no podía dejar de verla, no podía dejar de fijarse en sus preciosos pechos y eso acabó provocando en él una erección muy grande. Él lo intentaba ocultar, pero Lea se acabó dando cuenta cuando fue a pedirle un papel a su mesa. La chica observó atenta al pantalón del hombre sentado, pero parecía no molestarle. Al contrario, parecía que aquello le gustaba. La muchacha se sentó en la mesa, pero no cruzó las piernas, dejó que Gael viese su tanga. Gael no pudo resistirse y comenzó a acariciarle las piernas, llevando su mano hasta la ropa interior de Lea y comenzando a tocar su entrepierna. Lea se dejó tocar y se tumbó sobre la mesa. Gael no aguantó más. Se levantó de la silla y se tumbó sobre la joven. Poco a poco, comenzaron a perder la ropa y se vieron envueltos en un salvaje momento de sexo en la oficina. 

Tras todo aquello, Gael no era capaz de mirar a la cara a Lea. Pero cuando salieron del trabajo ella le susurró al oído que la acompañase a su casa. Él lo hizo, la acompañó, pero sólo tenía pensado hacerlo hasta el portal. En cambio, Lea le convenció de que subiese al piso. Y sin saber cómo, Gael se encontró entre las piernas de Lea y su lengua se deslizaba por el sexo femenino de ésta que se encontraba desnuda sobre la cama. Lea no dejaba de gemir mientras su vagina empezaba a llenarse de líquido vaginal que se comenzaba a deslizar por la boca de Gael. Cuando la boca de la joven estaba completamente inundada del líquido que salía de la vagina de Lea, éste se levantó, cogió a la joven y la tumbó boca abajo en la cama. Gael comenzó a lamerle la espalda. La agarró con las dos manos por la cintura e hizo que Lea se pusiese a cuatro patas sobre aquellas sábanas de color verde. Se puso de rodillas tras ella. Agarró con su mano derecha su pene y lo introdujo muy lentamente dentro de la vagina de Lea. Gael comenzó a moverse hacia adelante y hacia atrás provocando un intenso placer en su cuerpo y en el cuerpo e Lea. La agarró por la cintura mientras continuaba haciéndole el amor y mientras ella no dejaba de gemir y jadear. Poco a poco Gael fue empujando a la chica hacia abajo con sus manos, hasta hacer que ésta estuviese completamente tumbada boca abajo en la cama. Siguió haciéndole el amor, pero cada vez de un modo más intenso. El placer que Gael sentía era inmenso. La postura en la que estaba hacía que la vagina de su amante apretase su pene de un modo que le resultaba muy placentero.

lunes, 31 de diciembre de 2012

Escuela De Monjas: El Hombre Misterioso


- Tranquila Aira, sólo voy a darte verdadero placer. Es hora de que sepas lo que es realmente el placer y yo te lo voy a demostrar – dijo una voz masculina mientras le tocaba la vagina y le susurraba al oído esas palabras.

- ¿Quién eres? – preguntó la muchacha con voz algo temblorosa. Estaba asustada.
- Mi nombre es Labán. Sé que ahora mi nombre no te sonará, pero tranquila. Pronto descubrirás quien soy realmente. – 
En ese mismo momento Aira sintió algo deslizándose por dentro de su vagina. Pronto se dio cuenta de lo que estaba pasando. El misterioso hombre llamado Labán le acababa de introducir su pene. El hombre no dejaba de moverse y Aira no podía negarlo, ni ocultarlo más. Estaba disfrutando.

Recuerdos aparecieron en la mente de la alumna. Recuerdos que la golpeaban sin cesar en su mente. En su cabeza se dibujaron las imágenes de aquellos chicos, los chicos con los que siempre se junta y por los cuáles había acabado allí. Recordaba cómo había sido la primera vez, la vez que perdió la virginidad. Lo que estaba sintiendo en ese momento con Labán, le recordaba intensamente a lo que sintió en aquel entonces. 

Labán continuaba penetrando a la joven alumna, sin darse cuenta de lo distraída que se encontraba ella, sin apreciar que los gemidos de su amante ya no se escuchaban. Aira estaba demasiado ocupada en sus pensamientos y a penas se daba cuenta de lo que estaba pasando. 

Él seguía y seguía. Jadeaba como un loco, sin importarle nada más que su placer. Se encontraban en aquel armario donde cualquiera podía escucharles, pero a él parecía no importarle. Seguía y seguía. Pero entonces aquello llegaba a su fin, Labán comenzó a chorrear semen en el interior de la vagina de Aira, lo que hizo que ella volviese en sí y dejase de lado aquellos recuerdos para volver a su momento de sexo. 

Aira no pudo evitar estremecerse de placer al sentir todo aquel líquido derramándose por su interior. Dejó de lado sus pensamientos y cuando Labán parecía que había acabado de correrse, ella se separó de él, se giró y se puso de rodillas en el suelo de aquel pequeño armario. Agarró con su mano derecha el pene de aquel chico que acababa de conocer, acercó su boca y con suma suavidad comenzó a chuparlo. Con cada jadeo de Labán ella aumentaba la velocidad con la que le chupaba el pene. Él disfrutaba, le costaba mantenerse levantado con tanto placer que estaba sintiendo. 

Y fue entonces cuando de pronto la puerta de aquel pequeño armario se abrió y la luz inundó aquel reducido espacio. Aira  no dejó de chupar el pene de Labán mientras observaba a la persona que había abierto la puerta, era Resurrección. La cuál sólo llevaba puesto un tanga de encaje de color verde. Nada más, no llevaba nada más que aquello. Y ahora ya estaba introduciendo su mano por dentro de aquel pequeño pedazo de tela. Resurrección entró en el reducido armario y tras ella cerró la puerta. Mientras Aira continuaba chupando el pene de aquel misterioso hombre y ahora tenía a su lado a Resurrección que no dejaba de masturbarse.

La maestra comenzó a lamer el pecho de Labán mientras no sacaba la mano de dentro de su tanga y mientras éste ya empezaba a correrse en la boca de la alumna. Cuando Aira ya tenía inundada la boca en semen, ésta se levantó y comenzó a besarse con su maestra, la cual no dejaba de lamer el líquido blanco que se deslizaba por la boca de la muchacha. Labán se estaba excitando de nuevo al ver aquella imagen y comenzó a acariciarlas a las dos mientras su pene volvía a ponerse erecto.